Es común en nuestros tiempos y contexto cultural observar e interactuar con el mundo (y nosotros mismos) de una manera unilateral, catalogando todo en términos de un único par de opuestos: lo *“bueno“* y lo *“malo“*. Al rechazar e ignorar lo *“malo“* no nos queda otra opción que vivir encerrados en la prisión unilateral de lo *“bueno“*.