Si te invito a que te imagines una persona meditando, ¿cuál es la primera imagen que se te viene a la mente? ¿Te imaginaste a alguien en medio de una multitud o en soledad? ¿En silencio o interactuando con otros? Durante mucho tiempo yo me imaginé que meditar era estar sola, en silencio, quieta, y tratando de no pensar en nada. Para muchos meditar es algo similar a eso. Muchas veces recurrimos a la meditación para encontrar un lugar interior de calma, tranquilidad, o paz. Para descubrirnos y conocernos mejor, y para poder alejarnos del ruido exterior; de los desafíos que están presentes en nuestras vidas; y de las expectativas de los demás.

Pero cuando la meditación se termina, casi con resignación volvemos a la rutina, y muchas veces perdemos esa calma que encontramos, perdemos esa conexión con nosotros mismos. Y la verdad es que no tiene que ser así! Podemos aprender a mantener esa conexión con esos espacios de quietud y presencia que encontramos en la meditación, y desde ahí encontrarnos con lo que nos rodea. ¿Cuál es el secreto para poder lograrlo? Practicar. Si, simplemente practicar. Y esa es la invitación de esta exploración, practicar encontrarnos con el afuera desde el adentro. ¿Practicamos?

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